En ese tiempo ella era capitán, le tocaba administrar a dos grupos de alumnos y nosotros no éramos los peores.
La pensión para estudiantes de hijos de militares aun existe pero ya no tiene la misma administración. En el tiempo en que yo estuve este complejo lo lideraba “la capitán”, estoy hablando del año 2002 aproximadamente, tiempo fuera de todo contexto setentero. Bueno pues eso creía yo.
La capitán, que tenía aspecto de leona, reina, ama y señora bella de la selva estudiantil que ahí residía, no era una mujer malvada, a pesar de que en algún momento sacó a patadas de la pieza a nuestra nueva mascota, un quiltro de meses que voló hacia la puerta de salida del recinto, para ella habían reglas y una de ellas era “no animales”.
En este lugar había varias normas, pero quien sabe que tan sensatas era cada una de ellas. La capitana se mantenía fuera de toda complicación, por tanto las reglas y normas había que cumplirlas. Pero el detalle de la capitana, estaba detrás del uniforme, siempre seria y mermada con sus ojos fijos verdes claros intensos, detrás de todo era una mujer, por tanto si era capaz de derretirse frente a un elogio real y sincero, también era capaz de entender que sus pupilos eran civiles y que ella era el delgado hilo entre estos dos mundos.
Hay cosas incomprensibles para cualquier individuo, cosas que solo pasan, situaciones que nos son controlables de manera inmediata. Pasturri fue el nombre que le pusimos a nuestra nueva mascota, una mezcla de Siberiano con Pastor Alemán dotado de increíble fuerza y energía desbocada. A Pasturri lo conocimos en la calle, después de un par de pitos con el Nicho, nos pusimos a jugar con él y el jugaba con nosotros como quien estruja un par de calcetas, era bravo y nos mordía con fuerza y solo soltaba cuando escuchaba nuestro dolor.
De verdad que no era agresivo, pero era pegote. Nos siguió aunque intentamos evitarlo y se metió sin nosotros saber cómo, al patio de nuestro querido hogar. Allí durmió toda la noche y como todos los días había que salir a estudiar, esperamos que nos siguiera, pero fue inútil, en la casa estudiantil siempre había harta comida.
Cuando llegó Pasturri había pasado poco tiempo desde que la capitana ascendiera a Mayor y se encontraba justamente arreglando aquellos menesteres cuando se enteró de que un cuadrúpedo rondaba al interior del internado.
Pasturri no fue el primer ni último perro que deambuló por aquel lugar, antes estuvo Dargo y su compañera y otros que solo pasaron por ahí, quizá era lógico que se acercaran estos perros vagos a nuestra zona ya que en la basura abundaba el alimento fresco y en gran cantidad, también debo decir que colindante a nuestro patio hay un colegio y la pared que divide solo alcanza a censurar la vista de los alumnos del jardín infantil del primer piso, el resto del pabellón lo constituyen cuatro salas de primeros básicos orientados por profesoras que a su vez son familiares de militares de alto rango como lo era ahora la Mayor.
Esa mañana todo ocurrió con mucha prontitud, de una camioneta blanca bajaron dos individuos plomos. Uno de ellos llevaba un lazo adosado a un palo largo, las órdenes para el Sub Oficial Monwe eran claras: eliminar el problema.
Junto al suboficial se encontraba el sargento Arenas, ambos debidamente uniformados, observando que la misión se llevara a cabo sin sobresaltos. En el salón comedor aun había gente almorzando, en la sala de estudios quedaban algunos repasando las últimas materias, en el colegio aun no sonaba la campana para recreo, cuando comenzó la batalla, los tipos de plomo se acercaron sigilosamente y Pasturri gruñó solo un poco, ellos intentaron orientarlo hacia donde estaba la camioneta, pero la demora del procedimiento impacientó al suboficial quien presionó a los plomos, cosa que generó una audiencia que fue creciendo muy de a poco. Así que olvidando el escudo patrio, interponiendo la fuerza sin más remedio, sin nadie que se interpusiera y sin justicia alguna, Pasturri fue laceado, fuertemente, presionado hasta el límite, restringido hasta del aire, mientras su grito afloraba desde los balcones del colegio, donde los niños exclamaban ¡Milico asesino! Milico asesino!
A la vista del sol Pasturri aflojó su esfínter, ya no quedaba nada más que hacer que arrastrarlo hasta la camioneta blanca.
En ese minuto el silencio sonaba más fuerte que cualquier grito.
La Mayor estaba a punto de viajar al extranjero en ese tiempo y su carrera iba en ascenso, pero el grito de los niños llegó hasta los oídos de los esposos de las profesoras que tenían grados más altos que la mayor en ese tiempo.
Después de unos meses la Leona enfermó. Un cuadro viral atacó sus pulmones, su altivez, su vitalidad y su alegría.
La última vez que la vi fue en el hospital, estaba muy demacrada, acostada y con una silla de ruedas cerca de ella.
Yo aun la recuerdo con cariño y respeto.
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